"Laurencia", la conciencia rebelada
Suelo ir al teatro en busca de epifanías. Una manía. Y es enorme el gozo cuando se produce esa verdad revelada. Ayer domingo volvió a ocurrir con la última representación de “Laurencia” en la sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia de Madrid. Laurencia es el personaje detonante de “Fuenteovejuna”, obra inmortal de Lope de Vega. Desde el Siglo de Oro a este asqueroso siglo XXI, Laurencia ha vuelto a la vida gracias a la imaginación feraz y el sentido del teatro de Alberto Conejero, de quién también disfrutamos hasta el dolor con los estremecimientos de “Leonora”, recreación del conmovedor y movilizador libro “Memorias de abajo” de Leonora Carrington. La fortuna de Conejero para encontrar oro en los pecios del pasado se sucede acierto tras acierto. “Laurencia” se te viene encima con su verdad profunda.
Fui a ver “Laurencia” por la garantía que me dan los soberbios textos de Alberto y por la llamada de la dulce guitarra flamenquísima de Antonia Jiménez. Y me encontré con que todo lo demás era buenísimo también: la dirección con firme tiento de Aitana Galán y la interpretación sublime de Ana Wagener. Incrustada en la memoria está la enseñanza del pueblo que se rebela en Fuenteovejuna. Frente a las barbaries del presente, ojala hubiera un pueblo que se rebela todas las semanas. No sucede. El pueblo, hoy tan esquivo y tornadizo, está más preocupado por España que por los españoles.
Ana Wagener interpreta de maravilla a esa mujer forzada por el sempiterno Comendador. Una mujer atacada que se comprende a sí misma y su contexto. Laurencia tiene tal lucidez y fuerza emocional que te incendia la cabeza. Por la boca de Laurencia brotan muchas verdades de este país de todos los demonios. La forma del texto es tan descomunal como su contenido. Ana lo vive con un convencimiento y una entrega totales. Achicharran las ideas, las palabras y los sentimientos. Y la delicada guitarra de Antonia Jiménez aplica bálsamo en este monólogo calcinante y deslumbrante. Todo está cargado intención. Eso es lo habitual en el teatro de Conejero. La rebelión tendrá sentido mientras sigan abiertas las heridas por el abuso de poder. Una voz, un cuerpo y una guitarra se transmutan en forma de hacer justicia. Gracias al buen teatro, Laurencia ya no está sola ni loca ni perdida ni olvidada. En Laurencia está la posibilidad de que un pueblo se entienda a sí mismo. ¿La aprovecharemos?
Finalizada la obra, Ana Wagener y Antonia Jiménez extendieron sobre las tablas del escenario una bandera de Palestina. Esos muertos son nuestros muertos.
“Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el Comendador
del almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio-hombres,
porque quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe”.

Comentarios
Publicar un comentario