Jazz, esa música global

 


Elegir es inevitable, siempre, o estaríamos tontos. Entre ir a donde va Vicente o quedarse en casa, la primera crítica que hacemos de un concierto es que elegimos ese concierto frente a otras posibilidades.  El jazz -hoy esa música global- en eso no es distinto a cualquier otro género. Viene esto a cuento de que el Festival Internacional de Jazz 2024 nos lo ha puesto difícil, porque hay tanto bueno simultáneamente que a veces crea desazón.  Ejemplo: si voy a ver a Christian McBride, ese mismo día me quedo sin ver a Marcus Stockhausen. La vida es así: la ubicuidad no es una opción, de momento.  Las prioridades son una guía del gusto personal, pero elegir en el arte no debiera entenderse nunca como descalificación de lo no elegido. La piscina me está mirando.

 

Dee Dee Bridgewater me puso felizmente cardíaco.  Montó una pajarraca de arte mayor. Es lo que más me ha gustado en el tramo que llevo visto y oído del Festival de Jazz de Madrid. Dee Dee vino con el proyecto “We Exist”, una propuesta combativa. La elección más visible de esta gira “Existimos” es que viene acompañada por un notabilísimo joven trío de mujeres del jazz. El piano y la dirección musical está en manos de la estadounidense Carmen Staaf. Para la parte europea, las otras dos jazzistas del trío vienen de Italia:   Rosa Brunello al bajo y Evita Polidoro a la batería. De principio a fin, el teatro Fernán Gómez se puso bocabajo con ellas. Jazz hecho por mujeres para conmoción general.

 

El hilo conductor fue la protesta desde múltiples puntos en la historia de la canción. En el arranque, “This Is New”,  compuesta por una sorprendente pareja de mitos: Ira Gershwin y Kurt Weill. De 1971 se trajo Dee Dee aquel hit de The Stylistics con “la gente que hace cambiar al mundo”. La canción convertida en alegato con prédica agitadora recuperó el mensaje soul de Percy Mayfield: “El mundo está alborotado / La zona de peligro está en todas partes”. “Trying Times”  venía de  Roberta Flack y Donny Hathaway, mirando unos tiempos que ya eran así de difíciles hace medio siglo. 

 

Con una emoción electrizante y en un español heroico interpretó el bolero “Besame mucho”. A los pies de Dee Dee me pongo por esta interpretación tan bien asumida, que me disparó la cabeza a la primera vez que escuche ese bolerazo sangrando en los labios de una cantante de jazz anegada en lágrimas: Carmen McRae (Palacio de los Deportes Madrid, 1984). Y a renglón seguido,  Bridgewater cantó  las verdades del barquero metiéndose en el pellejo, en el alma de Nina Simone cuando puso todo su desgarro al escribir e interpretar “Mississippi Damned”, composición en honor a las cuatro niñas asesinadas por los supremacistas blancos que pusieron la bomba que hizo arder la iglesia donde estaban en Birmingham en 1962.  Dee Dee rubricó su dolida interpretación con el puño en alto.

 

Empujando los derechos civiles y el canto a la libertad, Bridgewater se metió en la furia de Bob Dylan clamando "Gotta Serve Somebody": “Puede que sea el diablo y puede que sea el Señor / Pero tendrás que servir a alguien”. De Eddie Harris y Les McCann tomó prestada “Compared To What”: “La posesión es la motivación / Eso es colgar a la maldita nación / Parece que siempre terminamos estancados (¡ahora todos!)”. Tal era el frenesí del público que Dee Dee Bridgewater tuvo a bien conceder dos bises: el popular “Spain” de Chick Corea, y el todavía más popular himno anglicano “Amazing Grace”, resignificado por el folk y el gospel  negro. No se puede dar más en un escenario.

 


Dave Holland con Chris Potter y Marcus Gilmore fueron lo siguiente que más me ha impactado. Debía haber venido Zakir Hussain en las percusiones, pero una enfermedad lo impidió. En su lugar vino el potentísimo, joven y descomunal baterista Marcus Gilmore, nieto del recientísimamente fallecido icono de la batería de jazz, Roy Haynes. Música para ascender al nirvana y quedarse a vivir ahí. Jazz tórrido a veces, lírico otras. No puedo evitar ver como baranda del grupo al prometeico contrabajista británico Dave Holland, histórico en un arco expresivo que va del libérrimo Anthony Braxton al flamenco de Pepe Habichuela. Sin olvidar que ya en 1970, un veinteañero Dave Holland llegaba al legendario concierto de la Isla de Wight enrolado en la banda megarupturista de Miles Davis, donde también estaban Keith Jarrett, Chick Corea y Jack DeJohnette. A ese ambiente de intensidad sin descanso le va muy bien el saxo de Chris Potter (Chicago, 1971), jazzista que pone la vida por delante de la técnica. El público jaleaba pidiendo más y Dave Holland anunció la parada en el blues para volver a casa sin salir de Madrid. Siempre me ha hecho mucha gracia ese peculiar contrabajo con minifalda que lleva Dave Holland. Escuché a una muchacha de la fila de atrás exclamar: “Esta música me hace cosquillas”.

 


 

Espectacular, vibrante y muy sentido el contrabajista Christian McBride en su homenaje a una figura mítica de las cuatro cuerdas: Ray Brown. Acompañaban a McBride el patafísico pianista Benny Green y el imponente baterista Greg Hutchinson, que son los mismos acompañantes de una reunión en la cumbre –“SuperBass”, disco grabado en vivo en 1997- con tres contrabajistas estrella a la vez: Ray Brown, John Clayton y Christian McBride. En Madrid, el trio de McBride arribó a puertos importante: el marchoso New Orleans, un hilo que une la pegada del swing de Count Basie en Kansas con el mandamiento inaugural "It Don't Mean a Thing (If It Ain't Got That Swing)" de Duke Ellington. Metieron presión recuperando una arrolladora composición del homenajeado: “Funk Brown”. Esa noche vibró la cosa latina en el jazz con  “Tin Tin Deo”, legendaria pieza de 1947 en cuya composición colaboraron el gran percusionista cubano Chano Pozo, Dizzy Gillespie y Gil Fuller.

 

Además de señalar el simpático carácter de dibujo animado de  Benny Green retorciéndose frente a las teclas, quiero añadir un grato recuerdo que me avivó este homenaje a Ray Brown (Pittsburgh, 1926 – Indianápolis, 2002). Ocurrió  en 1982, en el capítulo 5 de la temporada 9 de la brillante serie de televisión “Lou Grant”. El invitado estrella fue Ray Brown, que interpretaba a un olvidado pero legendario contrabajista de jazz que el intrépido reportero Joe Rossi descubría tocando en un club de tres al cuarto.  Todo el periódico se movilizaba para volver a reunir al noble contrabajista con los miembros de su antigua banda. Ray Brown interpretaba es papel con contenido gesto risueño.

 


 

Tres pianistas muy distintos al frente de han pasado por este Festival: la brasileña Eliane Elias, el madrileño Moisés P. Sánchez y  el gaditano Chano Domínguez. La bossa y el samba  son consustanciales a Eliane Elias, que saltó a la fama en el ámbito del jazz al ser reclutada en el Nueva York ochentero por la estelar banda Steps Ahead.  En Madrid, Eliane dio rienda suelta a la casa brasileña con  citas en esquinas que nos son muy familiares: el bolero “Esta tarde vi llover”, del sofisticado mexicano Armando Manzanero, “Corazón partío”, del paisano que ustedes saben, y “A Felicidade”, compuesta por Jobim y Vinicius para la película de Marcel Camus “Orfeo Negro” (1959). 

 


Sin desmerecer ninguna de las otras facetas de Moisés P. Sánchez, este pianista madrileño se convierte en el chico maravilla cuando se pone a solas con su instrumento. Moisés hizo la broma de los peligros de ir sin compañía.  Explicó que puede haber quien diga: “Joé, no hay batería, no voy”. La mayoría eran composiciones nuevas, muchas sin título todavía. Música hipnóticamente confidencial, que posee y te deja en estado de flotación. Dijo Moisés que a veces cuesta más encontrar el título que componer la pieza. Dos temas que si tienen título fueron “Rincones oscuros” (nada que ver con James Ellroy)  y “Mi refugio secreto”. Tomó prestado de Charlie Haden y Pat Metheny el tema “The Moon Is a Harsh Mistress”, composición de Jimmy Webb. Sumidos en el hipnotismo, fuimos en volandas con las piezas de homenaje a diferentes maestros de la música contemporánea Steve Reich, John Adams y Béla Bartók. Una experiencia gozosa e intensísima,  que Moisés quiso finalizar con la cercanía de “A Day In The Life”, ese desparramo psicodélico de los Beatles. Nada como algo tarareable para hacer felices a los demás. 

 


Contó Chano Domínguez que hacía mucho tiempo que no se reunía en trío con sus dos amigos y musicazos Javier Colina y Guillermo McGuill. La primera reunión del trío fue en 1992. Han pasado más de tres décadas y la música y la personalidad de los tres han crecido una enormidad. Se entendían y se entienden de maravilla. La celebración en 2024 comenzó con aquel añejo estándar “El Toro y la Luna”, que en sus manos se convierte en un Guadiana que fluye, desaparece,  fluye… Juguetona siempre “Para Chick, para Chock”, dio paso al “Evidence”, de Thelonious Monk, y “Searching for Peace”, de McCoy Tyner. Del glorioso disco “10 de Paco” sonaron “Canción de Amor” y “Zyriab”, Y un poco antes, el concierto tocó las zonas más sensibles con una soberana recreación de “Gracias a la vida”. Chano, Colina y McGill son tres “piedras de toque” de nuestro jazz patrio. Nos dan y nos han dado tanto.

 

María Schneider (Windom, Minesota, 1960) -directora de orquesta consumada con una obra discográfica admirable y regularmente al frente de grandes orquestas con solistas de lujo absoluto- ha pasado por este Festival con una propuesta docente: dirigir la  ClasiJazz Big Band de Almería. Su labor con estos músicos andaluces ha sido altamente meritoria, consiguiendo una música magnífica y empastada. Dedicó la actuación  al pueblo de Valencia.  Comenzó con un aire a lo Piazzolla, brillando en el cálido contrapunto con el acordeón del belga Philippe Thuriot. Del repertorio, vestidos otras veces con otras galas, destacó en esta ocasión una pieza con colores y tonos onomatopéyicos del canto de los pájaros. Además de con sus instrumentos, la orquesta atacó la pieza pajarera  “Celurean Skies”, del disco “Sky Blue” (2007), con todo tipo de pitos y silbatos. En medio de la naturaleza voladora volvió a brillar con luz propia el acordeonista Thuriot y sus malabarismos. La que fuera alumna aventajada del oráculo Gil Evans dirigió a los jazzistas almerienses con apreciable energía. “Over the Rainbow” despidió esta voluntariosa clase magistral de María Schneider.

 

Joe Lovano vino en su versión más compleja: el trío con la pianista Marilyn Crispell y el baterista Carmen Castaldi. Podría haber venido tocando una pléyade de distintas zonas de inspiración: el bolero, la canción napolitana o celebrando a Sinatra. Pero este incesante trotamundos del jazz eligió esto que hace con su trío Tapestry: tres  discos vanguardistas con los que se  estrenó en el exquisito sello ECM. Jazz de atmósfera e intención puntillista, fiado y confiado en la inspiración. Jazz que juega con el silencio y los silencios. Una forma muy personal de vivir la fiera improvisación del free. Algunos tramos te dibujan en la mente secuencias de thriller abstracto. La música se hace visible. Escuchar a Tapestry es ver con las orejas. Una proeza narrativa. Nunca la expresión “barrenando la pelota” será más adecuada para definir una experiencia de escuchar los enigmas del jazz.

(Continuará)

 

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