Corazón flamenco

 



 

Nos alcanzó el porvenir. El domingo se despidió a todo lujo la Suma Flamenca 2024 con Carmen Linares, maestra del cante con una biografía artística modélica y una humanidad igualmente ejemplar. El festival ha tenido en esta edición el epígrafe: “Oriente Flamenco, de Ronda a Cartagena”. Carmen fue leal a esa propuesta de itinerario: Málaga, Jaén, Granada, Almería, La Unión y Cartagena. Leal también con las víctimas de la tragedia ocurrida un poco más arriba del mapa, Carmen confesó: “Nuestro corazón está hoy en la DANA, en Valencia y Albacete”. Era el sentir general.

 

Comenzó Carmen Linares con los tangos de un añejo icono de los cantes malagueños, La Repompa: “Por dios no me llores, no / No me llores, no / La Madalena no se había perdío / La Madalena la tengo yo…” Y allí encontraron acomodo las filosofías de Antonio “El Chaqueta”:

“Sentadito en la escalera
esperando el porvenir
y el porvenir nunca llega.”

Siguió un concentrado de cantes abandolaos, verdiales, rondeña… Luego las malagueñas dolientes de La Trini y La Peñaranda. En 1996, secundada por los mejores guitarristas del momento, Carmen Linares grabó una obra cumbre aprendiendo y creando con tesón,  sin cesar, Carmen llegó a ese trabajo con plenitud de poderes, trazando un horizonte inédito al reunir y recrear con tanta maestría el legado disperso de las mujeres cantaoras. Todos los discos de Carmen Linares son excelentes y aportan nuevas visiones en el arte flamenco, pero esa antología define su voluntad de asumir el legado flamenco con una expresión personal y ecuménica. Reapareció la huella de La Repompa en el cante por bulerías que celebraba la coronación del rey Faraón y ensamblaba con el cante enduendado de Juana Cruz, madre de Camarón de la Isla:

 

“Que con la mancha que llevo en la frente
Murmura la gente que yo soy pecadora
Mientras yo me metía en mi pecho
Mientras que en mi pecho la traición me llora”

 

Reinando en todos los estilos Carmen,  para los de mayor profundidad tiene un gusto especial. Toda la obra de Carmen Linares atesora entendimiento y un cuidado único con la poesía. Me parece muy sugerente la viñeta popular que  canta   en la taranta de Josefa Moreno “La Antequerana”, cantaora y guitarrista de principios del siglo XX. Es una estampa de época que dice mucho de la lírica popular de su tiempo.

 

“Del molinete
muchachas del molinete
preparar bien los moñeros
que viene la Méndez-Núñez
con doscientos marineros.”

 

Tras los tientos y la soleá por bulerías manteniendo toda la intensidad que irradia Carmen, la cantaora eligió un tramo particular de su discografía: el dedicado a la alta poesía de Juan Ramón Jiménez en el disco “Raíces y alas” (2008). Los versos de Juan Ramón sonaron en toda su plenitud con los temas “Moguer. Auroras de Moguer” y “Remembranzas”:

 

“Las casas eran palacios
Y catedrales, los templos
Y por las verdes campiñas iba yo
Ay
Siempre contento
"inundao" de ventura y al llegar al
Mismo cielo
Las casas eran palacios y catedrales, templos.”

 

Una noche de plenitud para Carmen Linares, que todo en ella es cante grandísimo. El público, tan visiblemente emocionado como la cantaora, aplaudió a Carmen y a esos músicos flamencos, tan hermanados con ella, que dan vida “a su huerto y a su higuera”: Salvador Gutiérrez y Edu Espín, guitarras; Ana María González y Rosario Amador, coros y palmas. Una noche más convirtiendo el flamenco en una expresión musical absolutamente viva, atada a la verdad de los sentimientos, pensares y pesares que importan. En respuesta al clamor del público madrileño en los Teatros del Canal, Carmen Linares, a solas con su voz, interpretó esa toná inmensa que lleva letra del poeta, creador y erudito del flamenco bien vivido, José Luis Ortiz Nuevo:

“De vez en cuando la vida
parece una fantasía
cuando menos lo esperas
te da lo que más querías
aunque luego se lo lleva.

Pero no te desesperes mira
que ella es así
mira qué cosa es la vía
la vía tal como es
un ramito de ambrosia
en el huerto de la hiel.

La vida que conocemos
la vida que tanto amamos
con sus horitas de dulce
y sus finales amargos.” 

 


 

Momento también cumbre fue el concierto del guitarrista Vicente Amigo, poseedor de un equilibrio colosal entre la delicadeza y la potencia. El recital puso en escena el recientísimo disco: “Andenes del tiempo”, que es una obra mayúscula que te atrapa por todas partes. Al igual que en su disco, Vicente Amigo libera en vivo una experiencia hipnótica, con sus ratitos de lírica serenidad y sus gotas de melancolía, con sus ratos candentes de torrentera rítmica. Una guitarra todopoderosa que  no se distrae ni un instante del propósito principal: hacer del flamenco algo  personal y grande en cada momento.

 

Lugares y personas inspiran a Vicente Amigo. La taranta “Callejón de la Luna”, que Vicente lleva por bandera, nació dedicada al templado maestro Juan Habichuela. “Andenes del tiempo” también se inspira en sitios y amigos.  El tema “Plaza del Cabildo” se lo dedica Vicente en el disco a su percusionista Paquito González.  Para el torero  José Tomás va un pasodoble con aires atlánticos. Nolito, exjugador de fútbol de Sanlúcar de Barrameda, también tuvo una sentida dedicatoria. El tema de inspiración brasileña “Corcovado” lleva en el disco la participación del gran bajista de jazz y compositor Marcus Miller, que en directo ha sido bien reemplazado por el bajista escocés Ewen Vernal.  “Bolero del hermano” se instala en el lirismo arropado por las cuerdas.

 

Por rumba, tanguillos, tangos y bulerías Vicente te lleva del hocico a un territorio libre de los males del mundanal ruido. Vicente se refirió al momento presente con la expresión “la que está cayendo”. Irónico, afable, acogedor y risueño, el guitarrista esparce un arte tan contundente como delicado, tan de fuerza y nervio como de serenidad melódica. Los hermosos arreglos orquestales del disco están estupendamente traducidos en vivo por el violonchelo de Antonio Fernández y el violín de Eles Bellido, junto con los vientos Francisco Javier Bellido. Los Mellis, coros y palmas,  meten la espuela rítmica. Y a Vicente le asiste la segunda guitarra de Añil Fernández. Ya sea de vértigo picando las cuerdas o de calma acariciándolas, todo resulta cariñoso en la música de Vicente Amigo, un gran músico, muy inquieto, que tiene el tiempo en sus manos. “Andenes del tiempo” prolonga una obra discográfica impecable y en directo resulta tremenda de emoción y dominio. Con el público volcado, Vicente  se despidió agradecido  con un “que Dios reparta besos para todos ustedes”. 

 


 

En el cante más joven, la cita de lujo era con el diáfano y poderoso de Israel Fernández.  Se metió al público en el bolsillo con la fuerza de la tradición y del nuevo disco “Pura sangre”, que rinde tributo al coraje que lleva en la palma de la mano. Su concierto lleva por título “El Gallo Azul”, morada de los ancestros flamencos jerezanos al principio del siglo XX. Abrió el fuego la malagueña de Antonio Chacón “Del convento las campanas”. Reconoció  después que Madrid es su ciudad porque aquí se ha criado. Siguió con la soleá de Manuel Torre “Por ti abandoné a mis niños” enlazada con esa soleá de ciencia de La Serneta, que décadas después tanta gloria dio a Morente:

 

“Presumes que eres la ciencia
Yo no lo comprendo así
Porque si la ciencia fueras
Me habrías comprendido a mí
Porque siendo tú la ciencia
No me has comprendido a mí”

 

La jondura dio paso a la taranta de Juanito Mojama “En el cielo manda un hombre”. Antes de que la guitarra de Diego del Morao acometiera el solo por bulerías, Israel metió presión rítmica con los tientos/tangos “Al escucharlo temblé”.  El arrebatado frenesí buleaero de Diego dio paso uno de esos giros de guión que son marca del flamenco: Israel se templó con la soleá por bulería al compás de los nudillos en la mesa. El drama se intensificó con la seguiriya de Manuel Torre:

 

“Siempre por los rincones

te encuentro llorando

que yo no tenga libertad en mi vida

si te doy mal pago”

 

Los fandangos me dispararon la memoria al escuchar a Israel recuperando el legado de Antonio Núñez “Chocolate”, que fue muy bueno en todo, sacando especialmente el buen metal de su jondura por fandangos:

 

“No quitarme la botella
que yo me quiero emborrachar.
Dejarme aquí la botella,
voy a beber de verdad
a ver si no pienso en ella
y yo la consigo olvidar”

 

A sus 35 años, este cantaor nacido en Corral de Almaguer  (Toledo) tiene ya un tirón popular que sube y sube. Israel Fernández conecta con el público joven, algo que hoy el flamenco necesita como agua de Mayo.  Tiene un estilo bien conformado y pletórico, arrasador. No falta en sus letras la épica de tradición gitana. Y todo eso le coloca en una excelente posición de ídolo.

 


 

 

La Suma Flamenca, en este último tramo, tuvo dos espectáculos de diversa índole estilística, pero de similar punto de partida: lo popular activando el flamenco. “Málaga, legado épico” nos trajo a La Lupi, Susana Lupiáñez Pinto, que alternó su baile temperamental con recursos escénicos de sombras chinescas y un aro mágico con florido sombrero de las pandas de verdiales. Me hizo gracia la bailaora convertida en títere con abrigo colgado de una percha. Le saca el jugo La Lupi a la expresión corporal aprendida de su maestro Carrete de Málaga. Pero Carrete es mucho Carrete. Lo idolatro. Su caligrafía gestual tan espasmódica y desabrida es la expresión de su carácter indómito. Esos recursos trasladados a la expresión de La Lupi resultan menos eficaces, ya no sorprenden por su verismo. 

 


 

 

El poso de lo popular funciona mejor como fuente en el espectáculo “Tierra Virgen” de Marco Flores, bailaor de Arcos de la Frontera. Armado de una abigarrada experiencia, Marco pone rumbo a los orígenes, que siempre es un paraje incierto. Comenzó poniendo el cuerpo en unos cantes de trilla que comparten letra con el cancionero del folklore en Castilla la Vieja:

 

“Todo lo cría la tierra,
todo se lo come el sol,
todo lo puede el dinero,
todo lo vence el amor.”

 

El deseo de reencontrarse con las faenas del campo tuvo una deriva especialmente divertida con Marco Flores sembrado tanto en la imitación de un mulo como de un ave. En lo popular o en baile flamenco clásico, Marco traza un espacio que, queriendo distanciarse de la modernidad, la vive de otra forma. La canción, especialmente la canción iberoamericana, han estado siempre presentes en el flamenco. Pero es nuevo el recorrido que propone, un arco que puede tener un extremo en “Pena, penita, pena” y el otro en las “Preguntitas sobre Dios”. Baila Marco de maravilla y con gracia. Caben ahí el bolero “Dos gardenias”, la guajira con la angelical Rufina de “La Malanga”, “La violetera” o “Fumando espero”. Hay mucha guasa en “Tierra Virgen” y cierto toque social. Dejando circular libremente lo festivo y colorido, esos temas traídos al flamenco también crean otra forma de modernidad.  Me gusta el baile que pone el foco en lo diverso. Y es la primera vez en mi experiencia que veo cerrar un espectáculo de baile flamenco con la copla contestataria de Atahualpa Yupanqui:

 

“Hay un asunto en la tierra
Más importante que Dios
Y es que naide escupa sangre
Pa que otro viva mejor.

¿Qué Dios vela por los pobres?
Tal vez sí y tal vez no
Pero es seguro que almuerza
En la mesa del patrón…”

 

 


 

He dejado deliberadamente para el final de esta crónica comentar el espectáculo que la inconmensurable Rocío Molina tituló: “Cuadrar el círculo. Improvisación sobre una o más cosas”. Me pareció una gozada de riesgo en el reino de lo impredecible. Una mesa y un vaso de ron marcan el territorio.  El programa especifica que el ron es Zacapa, refinada elección.  Rocío Molina y el bailaor Oruco, sentados a ambos lados de la mesa cuadrada, parecen ronear: se miran y callan. Tras ese intenso silencio, la tensión revienta en una explosión de compás. Los nudillos sobre la mesa y los pies sobre las tablas hablan la lengua del compás.  Rocío y Oruco exponen una fiereza libérrima desde el baile transmutado en instrumento de percusión. Queda fijado un suspense casi de thriller.

 

Sobre las tablas des escenario hay un círculo extraño: lo forman viejos zapatos y botas de bailar.  Es calzado de muchos colores, pero la cabeza se me va a aquella terrible instalación con montones de zapatos pintados de rojo para gritar en silencio contra los feminicidios en Juárez, Chihuahua y México DF. En un espectáculo que cita a lo desconocido está bien para mí que la imaginación vuele. El baile de Rocío incluye el desplazamiento de mesa. Queda definido otro espacio de la emoción. Hay detalles y mecanismos en está estética nueva de Rocío Molina que me recuerdan al buen hacer de la rupturista danza contemporánea de Mónica Valenciano. El baile es casi la escenificación íntima de un psicoanálisis.

 

No se asusten, que los caminos del arte pueden ser inescrutables, pero rabiosamente disfrutables. Las furias vuelven con Rocío bailando como una posesa, cosas de posesas. A sí misma se jalea con unos crótalos metálicos en los dedos. Suena “La Lirio” por bulerías. Al cante, Pepe de Pura. “La cuadratura del círculo”  se impone con otra lógica en el baile flamenco: salir del orden establecido. Baila Rocío con una vara. La percute contra el suelo. Suena la guitarra de las cuerdas sorda. La vara tiene su propia lógica: puede ser el palo de una escoba que, entre las piernas de  Rocío, nos deja una secuencia de bailaora montando a  caballo de la vara para hacer sus brujerías. Un vuelo que da aire a un baile flamenco que implosiona de ritmo, de sentido.

 

Sigan atentos a la pantalla. La performance y sus cosas te vuelan la cabeza. Rocío está fumando en escena. Sube un poco el telón del fondo y aparece una batería. Una imagen extraña de la tentación. Rocío se tira al barro del ritmo. Se sienta y se adueña del instrumento con el cigarro en los labios. Sus manos hacen cantar a los parches y platillos. Creo que en algún momento destaca una presencia conocida que denominan aparición espontánea. Es el fantástico guitarrista Yerai Cortés, que utiliza su instrumento con pequeños reclamos minimalistas para citar al baile. No se pierdan el humanísimo documental con el que Antón Álvarez (léase también C Tangana)  ha calzado al guapo de la sonanta rompedora. Se llama “La guitarra flamenca de Yerai Cortes”, pero también podría llamarse “Secretos de familia”.  Yerai  al desnudo en las distancias cortas. Una experiencia rebuena.

 

 Vuelvo a Rocío Molina, que ha sorprendido para bien en esta Suma Flamenca con otra dimensión del baile flamenco, descuadrando su inercia narrativa. Desde mi modesto punto de vista: el arte es esto. Comprenderlo es un placer. Gracias, Rocío. Vuelve pronto.

 


 

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