Jazz que me mareo de gusto
Sombrerazo a lo grande. JazzMadrid2024 se despidió en el teatro Fernán Gómez con el cubano Paquito D´Rivera y el madrileño Antonio Serrano: hemorragia concurrente y muy caliente. Sangre latina. D´Rivera tiene un arco expresivo que va de la música clásica al hard-bop, zambulléndose y rebozándose con todos los sabores multiuso de la cocina afro-cubana. Antonio Serrano saca de su armónica un prodigioso géiser multicultural: del flamenco al cubaneo, de Piazzolla a Gershwin, o de Toots Thielemans a John Williams y el festival de bandas sonoras. La intersección de géneros en estos dos musicazos de ambos lados del Atlántico es un caleidoscopio alucinante. Una noche de pasmo, con Chopin y Mozart colgando de los faldones de la camisa.
Inesperada, no anunciada y bendita confluencia de Antonio Serrano con el combo de Paquito D´Rivera sucedió mediado ya el concierto. Idea de última hora pero genial. Paquito y su combo empezaron con Chopin traducido más o menos en calma al latin-jazz con “Nocturno en la celda”. Es sorprendente el juego que da Chopin en los contextos más variados. Después el sensual movimiento de “Al sur del vals”. Y ya puestos, Paquito D´Rivera se colocó el mundo por montera tocando el adagio del Concierto para Clarinete de Wolfgang Amadeus Mozart. Aquí se explayaron todos los músicos cubanos, el contrabajista Reiner Elizalde “El Negrón”, el pianista Pepe Rivero, el vibrafonista Sebastián Laverde y el baterista Georvis Pico. Paquito iba y venía del saxo alto al clarinete con dominio inagotable y locuaz. Cuando la facundia se le va de la potestad instrumental a las palabras con todas sus sílabas, Paquito deja caer unas bromas desconcertantes.
Y en eso llegó Antonio Serrano con su armónica maravillosa, calzándose de entrada un estudio del polaco Frédéric Chopin. Aquí la cosa se puso ebria de sentimiento y libertad. Cada tema hasta el final del concierto fue una explosión de loca pasión, de inteligencia espectacular. Paquito y Antonio se conocen como si fueran del mismo barrio, aunque lo de tomar la palabra no es cosa que le tiente a Serrano. Paquito D´Rivera tuvo palabras de celebración para su esposa -la cantante Brenda Feliciano presente en la sala- y le dedicó su tema “A Brenda con amor”. A la mítica familia Valdés también le tiene Paquito mucho afecto. El grandísimo pianista Chucho Valdés y D´Rivera coincidieron en el seminal grupo cubano Irakere, allá por el principio de la década de los 70 del siglo pasado. Hoy Paquito tiene cumplidos 76 años de trajinar por el lado bueno música. Ese bagaje le hace tener un control portentoso de su saxo alto y clarinete. No duda en lanzarse al desmelene con el tema de Chucho, “Mambo influenciado”. Antonio Serrano hizo lo propio metiéndonos su tierno y prometeico soplido por todas las rendijas con el temazo de Ennio Morricone, “Cinema Paradiso. Y de final, un homenaje al padre eterno Bebo Valdés, titulado simplemente “Pa Bebo”. El público, frenético y encantado, pidió más y se lo dieron con largueza. De los tiempos de Irakere rescataron la descarga “Bacalao con pan”, originalmente sicodélica y ahora sabrosona. Hubo final feliz.
En el jazz como en cualquier otra buena música, el paroxismo es un estado agradable si viene a cuento. Paroxismo y lirismo son los polos entre los que se mueve el pianista sudafricano Nduduzo Makhathini. Esl hombrón con aspecto de santón simpaticón y gorrito de gnomo fue el encargado de cerrar con extrema devoción el ciclo “Villanos de Jazz” en la sala Villanos. La extensa programación de JazzMadrid2024 se ha nutrido con las muy beneficiosas aportaciones del largo ciclo Villanos del Jazz y del Festival de Jazz de Zaragoza. La potencia arquitectónica del trío de Nduduzo es maleable, muy sólida. Reconoce una pieza concreta como su mayor influencia en la música: “A Love Supreme”, de John Coltrane. En ese tema semillero de tantos paraísos en el jazz, el contrabajo de Jimmy Garrison jugaba un papel decisivo de avanzada del progreso, posición que ahora el joven contrabajista neoyorkino-sudafricano Zwelakhe Duma Bell le Pere retoma con Makhathini. El contrabajo se convierte en una proa rompehielos. Como influencias pianísticas, Nduduzo se compadece con McCoy Tyner y en los sudafricanos Bheki Mseleku y Abdullah Ibrahim. Escuchado a larga y corta distancia, creo que la respiración del piano de Nduduzo está muy cerca de Abdullah cuando era Dollar Brand en el Kilimanjaro. Tiene esa perspectiva de construcción de horizontes crecientes, con saltos bruscos de intensidad.
Punto cardinal: la tradición del jazz hecho en Sudáfrica tiene una historia tan larga y puntillosa que se remonta a los años 20 del siglo pasado. En cierto modo, el jazz es la música clásica de nuestro tiempo; también en África, con más razón si cabe que en otras partes del globo. Nududuzo Makhathini tiene poderes. Un hechizo para la música, la docencia y la filosofía, miembros todos de un mismo cuerpo artístico. El disco que vino a presentar en Madrid se llama “uNomkhubulwane” (Diosa bantú de la fertilidad y la naturaleza).
A la revista In&OutJazz le ha contado que la travesía transatlántica de música africana es hoy un viaje de la abundancia, porque África es tierra de abundancia. Transcribo algunas palabras de este filósofo: “La diosa de la lluvia es un símbolo del lado maternal de las cosas, de que todos los problemas que hay en el mundo se deben a que estamos fuera de sintonía. Hemos salido del útero. Entonces, ¿qué significa que el útero sea la forma en que nos informamos a través del agua, una forma de pureza? En cierto modo, lo que está ocurriendo en el mundo ahora requiere que todos los humanos imaginemos de nuevo esta abundancia, este agua, esta energía maternal. Y al recordarlo, tenemos la esperanza de volver a estar en sintonía y respetar el medio ambiente, respetar a la gente que nos rodea y tener un fuerte sentido de la compasión, el amor y la comprensión del espacio que compartimos en todo el mundo”. Digo amén a estos pensamientos.
El concierto fue puro arrebato: un ascenso espiritual por los amores supremos de Nududuzo, gran maestro de ceremonias que conduce su trance y el de sus músicos con una credibilidad de pasmo. Hay aliento gospel en esta música que lanza a los instrumentistas a un más difícil, más intenso todavía, una sacudida que te convierte en poseído. Hay mucho asunto profundo, pero también Makhathini, entre rezo y rezo, propone un jugueteo constante para que el público coree los mantras o se aventure con unas palmas imposibles. El grandullón sonríe con la cara vuelta. El jazz de altura no está reñido con el punto travieso, con la humorada. Estas cosas espirituales y fantásticas ocurrieron el 30 de noviembre.
Regresamos a los días anteriores en el espacio del Fernán Gómez. Michel Camilo y Tomatito han encontrado un territorio común, que claramente les hace tan felices como a su público. En lo que va de siglo XXI han producido tres discos muy notables: “Spain” (2000), “Spain Again” (2006) y el último “Spain Forever Again” (2024). En el concierto de Madrid sonaron casi al completo los temas de la última grabación más algunas piezas señaladas de la obra construida en común. Que la cosa iba en serio quedó claro ya en el arranque: “Libertango”, esa pieza estrella de Astor Piazzolla que es un misil de la obsesión rítmica. Si alguien toca bien y con sentimiento “Alfonsina y el mar”, ¡cómo no comerle a besos!
Crónica de sociedad. Tomatito (Almería, 1958) –a estas alturas el diminutivo tiene su guasa- contó que tiene seis hijos, dieciocho nietos y una bisnieta. De los seis hijos, cinco son niñas y el último es un niño, que como premio ha recibido la composición “A mi niño José”. En plan fino, Tomatito y Michel hicieron minuciosamente asumido el tema de Pat Metheny “Antonia”. De Chucho Valdés hicieron “Mambo Influenciado”, adelantándose al de Paquito D´Rivera días después. Sonaron pletóricos de inspiración, volando con su versión del himno camaronero “La leyenda del tiempo”. “Spain”, composición de Chick Corea que ya es un estándar global, es usado como el tema-bandera por nuestro dúo flamenco-jazzístico. Sonó esta Spain trolebús en plan suite con el enganche precedente de “Armando´s Rumba” y “La Fiesta”, también estandartes de de Chick Corea. Por supuesto, no faltó la melancólica parada en el adagio del “Concierto de Aranjuez”. Gustaron a rabiar a un público que saltaba en las butacas. Y para el bis dejaron el lírico remanso “Too Much”, balada que Michel Camilo compuso en 1995 para la película homónima de Fernando Trueba.
A John Scofield, guitarrista de quitar el hipo, le hemos visto en los más variados contextos y estilos. Vino con su guitarra en solitario y dio un concierto virtuoso. Se puso en modo IA y conectó la guitarra a una maquinita de lanzar loops que el mismo Scofield iba metiendo de base para improvisar encima. Esta experiencia no es tan poderosa como sus conciertos con grupo, pero deja claro que John no le teme a nada en su peculiar dejarme solo. Cuando toca temas folk se le pone cara de Mr Natural, profeta rústico inventado por Robert Crumb. Ecléctico repertorio con números country, “You Win Again“ y “Wichita Lineman”, o de la cocina de Nueva Orleáns, “Junco Partner”, o del folk irlandés, “Danny Boy”, o del rock and roll primitivo, “Nor Fade Away”… Del songbook jazzístico hizo “Pork Pie Hat” y del musical mutado en jazz, “My Funny Valentine”. El público rendido. Y en el bis, una jugada de ensueño que le prestó Johannes Brahms: “Canción de cuna”. Los valientes andan solos.
Kurt Rosenwinkle, guitarrista de Filadelfia, tiene un estilo monumental, que remite tanto a los grandes guitarristas del jazz actual como al jazz inaugural de grandes figuras en otros instrumentos: el piano de Lennie Tristano o el saxo de John Coltrane. Extrae de su guitarra eléctrica un sonido comprimido, quizá demasiado. Hay que acostumbrase. Como también hay que acostumbrarse a la excesiva timidez de este hombre tranquilo, que domina la guitarra con un desparpajo de aúpa. Su trío con el contrabajista Darío Deidda y el baterista Greg Hutchinson es un artefacto capaz de tirar paredes. En el repertorio lleva Rosenwinkle piezas de figuras que le han marcado: Paul Chambers, Joe Henderson, Antonio Carlos Jobim… Tiene todo para ser una estrella, pero se maneja haciendo lo que sabe y dejando todo lo demás para otro momento. No parece importarle otra cosa que no sea tocar lo que le da la gana al lado de unos tipos con los que hace migas. El público del Fernán Gómez salió encendido por este hombre ensimismado.
Por el pianista Cyrus Chestnut tengo debilidad. Un cariño que brotó al escucharle hace décadas alrededor de la media noche en el salón del hotel Canciller Ayala: aquellas sesiones para noctámbulos que montaba el Festival de Jazz de Vitoria. Su discografía es impresionante, caleidoscópica como la de todo jazzista que va cumpliendo años. Me quedé prendado especialmente con un disco al no se le hace mucho caso: “Blessed Quietness: Collection of Hymns, Spirituals, Carols” (1996). En Madrid sirvió un cóctel exquisito. Intérprete prodigioso, compositor notable, Cyrus empezó con tema propio, “Shizzle shake”, y lo enlazó con las luminosas oscuridades de Thelonius Monk, “Ask me now”. Y -¡oh sorpresa!- siguió con el romanticismo del danzarín Lionel Richie, “Hello”. Tiene unas manos de prestidigitador con poderes, lo mismo para el stride piano que para el blues o el swing. De Charlie Parker a Chopin va un suspiro para Chestnut. El autor más transitado en esta noche fue Duke Ellington: “Sophisticated Lady”, Caravan” e “In A Sentimental Mood”. Cyrus Chestnut, como un viejo amigo leal, te abraza con su música.
Antonio Lizana Ensemble es una apuesta a la medida del saxofonista y cantaor gaditano. Flamenco con un contexto de vientos jazzísticos. Sus composiciones tienen estilo, una marca de la casa desde la primera pieza: “Me cambiaron los tiempos”. El trabajo de orquestación está bien cuajado con las piezas de Lizana, que le saca un brillante partido al saxo mestizo. Pero el jazz es un espacio de colosal competencia técnica, por lo que la composición de las bandas modula el resultado. El Ensemble de Lizana está llamado a crecer.
No pude abarcar toda la programación. Una limitación más que tengo. No soy la televisiva Embrujada: no me nacieron así y no puedo jugar con Darrin al mismo tiempo que hago telequinesias en la cocina. Confesión: de lo visto en JazzMadrid2024, un concierto me decepcionó: Lady Blackbird. Se compara a esta cantante de Nuevo México con Grace Jones. Menos lobos, porque no le pillo ni el parecido ni el punto. Tiene una imagen chocante Lady Blackbird, que ya nos dice que su espectáculo no está en las claves del jazz, sean las que sean. Canta con potencia, pero floja de garra. Gustó mucho en los Madriles. A mí me dejó frío. Sin embargo, de su último disco “Slang Spirituals” sí me ha gustado - también en directo- “Man on a Boat”, que tiene alma de balada folk con guitarra acústica.
Sorpresa. No conocía a Lakecia Benjamin. Aquí sí que pille argumento: me gustó un montonazo. Neoyorkina de Washington Heights, se fogueó tocando merengue y salsa en las bandas latinas de su barrio. Va por los 40 brejes, menuda y con cuerpo de jovencita, pero con estampa guerrera. A Madrid ha venido embutida en un cegador traje de metalizados oros. Como los que llevaba Elvis, pero con chaquetilla corta. A veces Lakecia se envuelve en con capa de superhéroe, como James Brown. Ha sido invitada en las orquestas de numerosas figuras, incluidas las de las estrellas del black pop, Missy Ellitt y Alicia Keys. Sus mentores en el jazz han sido Gary Bartz y Clark Terry. Bajo el brazo, trajo su nuevo disco “Phoenix”, coproducido por la prestigiosa baterista Terry Lyne Clayton. Su saxo alto tiene el sonido granítico de los viejos guerreros del hard bop. Ornette y Shorter no le son ajenos.
La golden woman arrancó como un ciclón con la pieza “Trane”, que ya indica quién es el santo de cabecera. Si viene al caso rapea, como hizo en el tema “Amerikkan Skin”, que en el disco, entre sirenas de coches de policía y sonido de disparos, lanza esta proclama con la voz de la legendaria activista Ángela Davis: «La esperanza revolucionaria reside entre las mujeres que han sido abandonadas por la historia». Pronunció Lakecia en vivo algunas palabras clave: hogar, paz, felicidad, alegría, revolución, cambio… Se le veía el mosqueo con la América de Trump. Se animó espoleando al público. Mucho frenesí en la música y en el personal. Antes de retirarse, con las palmas del respetable jaleando a placer, Lakecia Benjamin nos regaló cuatro palabras: “We love you Madrid”. Ya en la calle, camino del autobús, una señora que iba delante de mí emitió veredicto: “Una tipa auténtica”.
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